miércoles, 6 de agosto de 2014

Aquellos maravillosos veranos

Para mí, el verano comenzaba con el último día de clase. El incondicional pantalón corto, normalmente de color negro y ancho, las camisetas de rallas o de algún grupo heavy y las zapatillas desgastadas de jugar al balón -pensaba poner fútbol pero creo que eso sería ser muy osado-.
Llegaba a casa, dejaba la mochila de cualquier manera encima de la cama, cogía el bocata que tocara -nada de alimentos aptos para un dieta sana y equilibrada- y me dirigía corriendo donde mis amigos, que por esas fechas estaban construyendo una de las mayores "sanjuanadas" -entre 9 y 12m de altura por unos 6m de diámetro, aprx.- que existían por allí cerca. ¿Qué era lo primero que hacía? Soltar todos los papeles, libros y apuntes que durante el año me habían traido tantos quebraderos de cabeza. Tenián que arder. Y ya está, era feliz. No hacía falta más. Uno te contaba que le habían quedado dos asignaturas para Septiembre, el otro se quejaba de que los flashes habían subido a 5 pesetas, el de más allá venía sonriendo sin darse cuenta de que traía una tabla clavada en la zapatilla... Todo daba igual. Era verano y teníamos casi 3 meses para ser las personas más felices del mundo.


Llegaba el 21 de Junio y me levantaba nervioso. Hacíamos turnos para tener todo preparado. Sabíamos que a las 22.30 todos nuestros esfuerzos de varios meses atrás iban a ser purificados. Nuestros ojos brillaban, y olíamos un poco a "barbacoa", todo hay que decirlo, pero daba igual, era verano. Tras la fogata saltábamos el muro -bueno, yo daba la vuelta...- y todas las madres preparaban la mejor merendola del año: chocolate, refrescos, sandwiches, paquetes de chucherías varios, bollos... Todo lo más "sano" del mercado estaba allí, para nosotros y gratis. Nada podía estar mejor para dar inicio al verano.

A la mañana siguiente, a pesar de haber llegado tarde, a las 7.30 ya estaba delante de la televisión para ver El Club Megatrix: Oliver y Benji, Punky Brewster, Salvados por la campana, Pesadillas, Power Rangers, Chicho Terremoto, ... Seis horas de dibujos animados intercalados con presentadores anunciando coches, golosinas o la película de moda. Y, ¿esa increible sintonía, eh? -Tono irónico, claro. Pero eso sí, en aquellos tiempos era algo increible-. A las 11.00 ya estaba en el parque junto a mis amigos. ¿Para ir a dónde? A la piscina. Nuestro bañador molón, las mismas chancletas de rallas azules y blancas de todos los años... Íbamos echos un cristo, pero da igual, era verano.
Llegábamos con nuestro gorro rojo y una ralla blanca, las toallas de propaganda y el reloj nuevo sumergible que los más adelantados tecnológicamente poseían. El casette de "El vals del obrero" de SKA-P no podía fallar. Aquello para nosotros era... Que probablemente no entendiésemos las letras, pero daba igual, era lo que nos gustaba y era verano.


Las 14.00, los macarrones en la mesa y deseando que llegasen las 16.00 para jugar ese partidillo de futbito de tres contra tres a 33 grados a la sombra. Daba igual, era verano. A las 15.45 ya estaba sonando el timbre -que ahora los chavales y las chavalas no se llaman al timbre, ¿no?- , cuando no era a gritos desde el parque... Dueños de nuestras propias reglas -no vale fuerte, desde aquí no se puede tirar, no hay fueras de banda, ha sido falta porque lo digo yo...- nos pasábamos gran parte de la tarde con resultados como: 15-20, 23-31... Ahí sí que había emoción y ganas. Luego existían los juegos como el "bote bote", el escondite, guerra de globos de agua, carreras con las bicis, los cromos de la liga, construír una caseta -daba igual la porquería que hubiese dentro, los sofás cogidos de la basura...-, disfrazarse, disparar con la cerbatana, alguna peleilla que otra, -ná', dos tortas y tan amigos-, el patinete, la "goitibehera", el ping-pong, las raquetas, las palas, el baloncesto... Vamos, podíamos ser unos atletas natos.

Ya, agotados y de tertulia en el banco de siempre pensando qué hacer al día siguiente, llegaban las 22.00 -las 23.00 en el mejor de los casos- y mi madre gritaba por el balcón para que subiese a casa. Yo me hacía el sordo, pero cuando silbaba mi padre estaba en casa antes de que él cruzase la puerta del balcón... No había que arriesgarse a no salir el día siguiente, era verano. Aún así, siempre estaba Ramón García y su Grand Prix esperándome para alegrarme el final del día.


Año 2014. Echo de menos tantas cosas, a tanta gente, tantos momentos, tantas sensaciones... Seguro que vosotros y vosotras también, pero tenemos la suerte de poder cerrar los ojos y dejando que los recuerdos se hagan con nuestro cuerpo y alma, podemos volver a revivirlo. Abrid la ventaba, respirad hondo y pase lo que pase da igual, es verano :)

P.D. Para los más nostálgicos, aquí.


"El verano es siempre mejor de lo que podría ser" -Charles Bowden-









No hay comentarios:

Publicar un comentario