domingo, 13 de julio de 2014

¿No consigues quitarte una canción de la cabeza? (Parte 1)

Llevo unos años informándome e interesándome en cómo afecta la música a nuestro cerebro. Si realmente, dentro de un equilibrio, existen unas medidas, frecuencias, patrones armónicos, velocidades o notas, a las cuales nuestro cerebro es más sensible.
Dentro de la psicoacústica existen teorías realmente inauditas donde nos encontramos desde cómo reacciona el cerebro ante las diferentes tonalidades, hasta por qué los grandes hits de la historia de la música están entre 120bpm y 130bpm. Todo esto tiene mucho que ver con las pulsaciones por minuto que mantiene nuestro corazón a la hora de sentirnos contentos o eufóricos. Profundizaremos en esto más adelante.



Una de las ramas de mi trabajo consiste en construir canciones para que la gente, simplemente, disfrute de ellas de una forma pasiva. ¿Esto qué quiere decir? Simplemente para desestresar. Sin complicaciones. Entonces, todo esto que os voy a contar me ayuda a poder focalizar toda la energía en un objetivo sujeto y estable.

Cuando nuestro cerebro no puede parar de cantar una canción, lo llamamos el "síndrome de la canción pegadiza", o de lo que en inglés se conoce popularmente como "earworm", literalmente "gusano del oído", pero que es una derivación de la palabra alemana "ohrwurm" que significa "melodía pegadiza". Nosotros, simplemente, decimos: "se me ha pegado esta canción...", cuando nos referimos a que una canción, estribillo o parte melódica no se nos va de la cabeza. Un jingle de una radio, una sintonía de supermercado, una melodía que tararea nuestr@ amig@... Además, normalmente, suelen ser fragmentos musicales que ni siquiera nos gustan, como tal.

Uno de los pioneros en el estudio de los earworms es el profesor James Kellaris, de la Universidad de Cincinnati. Cuando él realizó el estudio Dissecting Earworms: Further Evidence on the Song-Stuck-in-Your-Head Phenomenon, acababa de estrenarse la película Misión Imposible III, y puso su famosa pista en el Top 10 de los temas más pegadizos, junto a "I think we’re alone now", de Tiffany y YMCA de Village People. Para Kellaris, el 99% de la humanidad ha tenido alguna vez un earworm.
Fueron investigadores del Darmouth College de New Hampshire quienes descubrieron que estas canciones pegadizas se instalan en el córtex auditivo: una parte del cerebro que contiene la memoria sonora (algo así como nuestro iPod interno). Para eso, escanearon a un grupo de estudiantes a quienes hicieron escuchar música que conocían y la apagaron intermitentemente, sin avisarles. Pudieron ver que cuando se hacía silencio, el cerebro completaba la canción, es decir, el córtex era capaz de llenar el vacío apelando a la memoria auditiva. En cambio, cuando la canción les era desconocida, el cerebro no podía completarla, a menos que fuese bastante previsible (por ejemplo, en el caso de una estructura típicamente pop de verso-puente-estribillo). Lo que demostraron, básicamente, es que el cerebro tiene la necesidad natural de completar canciones.




¿Por qué ocurre todo ello?

A pesar de estos estudios, no se ha llegado a ninguna conclusión acerca de las causas que hacen que se nos pegue una determinada melodía. Es cierto que algunos temas son más "pegadizos" que otros, y son justamente esos temas los que se convierten en hits ("Waka Waka" de Shakira, "Alejandro" de Lady Gaga). Según Kellaris, "los earworms surgirían de la interacción entre las propiedades mismas de la música (simple y repetitiva), las características del individuo (su nivel de neurosis) y el contexto situacional (si la canción es lo primero que escucháis por la mañana, o lo último que escuchaste por la noche, o si estás bajo estrés)."

Por otro lado, sé de primera mano, que grandes DJs como David Guetta o artistas como Lady Gaga, tienen a su alrededor varios productores y arreglistas experimentados que trabajan diariamente generando "hits" porque saben vender. Y, si fuera poco, tras todo este arsenal, se encuentra uno de los mejores equipos comerciales apoyados y respaldados por cantidades económicas que no imaginamos.




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